Por Juan
Un capitán de la guerrilla srilanquesa, marcado por los horrores de la guerra civil en su país, monta una falsa familia para conseguir el asilo en Francia. Pero el barrio donde se instalan no parece ser, ni de lejos, un lugar idílico para empezar una nueva vida.
Jacques Audiard consigue que su personaje arrastre, durante todo el metraje, el hedor de la guerra, el miedo, la desconfianza y la sangre. En sus ojos, en su ropa y hasta en su aliento. El microuniverso que pretende construir este hombre, con la "ayuda" de una mujer y una niña, es una metáfora del viaje a los infiernos que sufren los inmigrantes en Europa. Se convierten en seres de otro planeta que hablan en un idioma ininteligible para los franceses, de los que sólo se sabe que cuidan porterías o limpian parques. Víctimas de un pasado terrible, que, al mismo tiempo, les da una resistencia suprema fundamental para la supervivencia.
La cámara de Audiard, pegada al protagonista, construye un relato sólido que va adquiriendo una fuerza colosal. La secuencia de la liberación de los narcos es el mejor trozo de cine que he visto en este último año, y quizá más. Los críticos se resisten a darle el título de "obra maestra", pero se llevó la Palma de Oro en Cannes. Para mí, es un diez. INPERDIBLE.
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