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Matthew Vaughn le da una vuelta de 180 grados al personaje del mítico agente secreto, dotándole de neuronas (Colin Firth y Taron Egerton, un diez). Es decir, casi no deja rastro del clásico 007, machista y baboso.
Y además, reinventa al villano (inolvidable Samuel L. Jackson), que es un tipo influyente y amigo de otros grandes villanos: los gobernantes. Como estos, el malo de Kingsman no se ensucia las manos con sangre ni con dinero... "qué azco y qué vulgaridad, por Dioz.."
Matthew Vaughn construye las escenas de acción y las de diálogos con la misma inteligencia y el mismo sentido del ritmo y del tono. Y el resultado es el divertimento con mayúsculas. Inventa la "ultraviolencia clase A" o "cómo matar y que parezca El lago de los cisnes". Sorprende, una y otra vez, por darle la vuelta a los tópicos; por ser nada correcto en lo político (las cabezas más visibles de occidente también harán una coreografía), en lo sexual (atención a la propuesta de la princesa sueca presa), y hasta en lo educativo (en la escuela de "kingsmans" se usa la psicología y la programación neurolingüística como armas de seducción más eficaces que la sala de máquinas del gimnasio).
En resumen, Kingsman es la versión actualizada de la lucha entre el bien y el mal, desde una óptica bastante amoral y macarra, pero con traje de rayas y botonadura cruzada. Si no te gustaba nada James Bond, es probable que Kingsman sí te guste. INPERDIBLE.
J.
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