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Por Juan
Después de unos créditos psicodélicos, de masas de colores mezclándose, dignos del cine del director manchego (y, en esta ocasión, de Hitchcock si viviese), el relato de autoficción de Pedro Almodóvar arranca con una sugerente secuencia de un hombre sumergido en una piscina, Salvador Mallo, el personaje que le encarna. Interpretado por un sutil y exquisito Antonio Banderas. Acto seguido pasamos a una anodina escena de encuentro de Salvador con una actriz madura (Cecilia Roth). Solo después, Almodóvar nos introduce en su historia, con la refinada secuencia de "Geografía y Anatomía", realizada con animaciones y acompañada por una subyugante y misteriosa banda sonora de Alberto Iglesias y la sugerente voz en off de Antonio Banderas, dando vida a un texto igual de sugerente del realizador.
La voz de Almodóvar, como en todas sus películas está muy presente, pero aquí más. De algún modo, la ha desdoblado en sus alter-egos, que forman el coro personajes pobladores de su universo de dolor y gloria; y que, una vez en el celuloide, cobran vida propia e incontrolable. Hablemos por ejemplo de Asier Etxeandia, como actor reñido con el director, de Julieta Serrano, en el papel de una madre maravillosamente frágil y brutal; o de Penélope Cruz, la madre joven, afectuosa y pobre, obligada a vivir en una cueva.
Hay en esta película un juego de muñecas rusas, de cine dentro del cine... y esa voz de Pedro Almodóvar lleva un subtexto que juega con lo biográfico y lo ficcionado. Así va calando en el espectador, como esas pinturas líquidas de la secuencia inicial de créditos. Almodóvar nos va contando su infancia feliz y miserable, su relación con su madre, su primer deseo... Deja como línea de conflicto y trauma vital, su estancia en un seminario (reflejado en otras de sus películas), una etapa que seguramente fue decisiva en la transformación del niño en adulto. El director también recupera ese primer amor (Leonardo Sbaraglia), que también viene a él invocado, como otro de los fantasmas escapados del pasado, que le visitan ahora que no puede dejar de añorarlos con tristeza... su madre, sus amores, sus películas...
Esas escenas densas, algo melancólicas, de diálogos y silencios reales, van llenando la pantalla. Una historia sin fisuras, pero con claves sin descodificar. Y también se va filtrando esa pena que arrastra Salvador Mallo, una pena ahora convertida en múltiples dolores, físicos y abstractos, fieles acompañantes de su soledad.
Con esta película, una de sus obras culmen, Pedro Almodóvar se desnuda, aunque no sabemos hasta dónde, pero, en todo caso, ofrece una historia llena de verdad, con una narración tremendamente sensible y calmada, una depurada cinematografía donde cada objeto tiene una luz y un color, y un giro final maestro. INPERDIBLE.
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