PLACEBO / Foto: INperdibles |
Comenzamos el festival con una actuación que nos llegó muy hondo, la de los canadienses The Barr Brothers. Su folk de los pantanos es de una elaboración exquisita (y fresca). Rezuman melancolía en sus canciones, arropadas por sonidos de arpa y pedal steel guitar. Una absoluta delicia de este BIME.
Siguió la actuación de la irlandesa Imelda May, que conquistó a sus fans con un rock primigenio y una banda con atuendos de Halloween. Desde un poco más lejos, Imelda nos resultó estándar y con poca o ninguna gracia, ni siquiera disfrazada de Morticia Adams.
Como contrapartida a la irlandesa, Thurston Moore dio un recital intenso e hipnótico, sólo para fans de su grupo Sonic Youth y su estela ruidista. Un desvarío guitarrero controlado, con versiones de más de diez minutos, y una apisonadora sónica milimétrica.
Anna Calvi y The Divine Comedy rebosaron el aforo del ampliado escenario teatro. La primera es una valiente del rock, con una voz premium que recuerda a la de otra británica, Sandie Shaw. Y The Divine Comedy superaron con creces la adversidad, ya que Neil Hannon se había fracturado un dedo y no pudo tocar la guitarra. El público no sólo les perdonó la deficiencia, sino que se pusieron en pie para corear a la banda. Aun así, fue el concierto más flojo que he visto del grupo. El piano no pudo suplir a la guitarra y algunos temas sonaban a orquesta de boda, como advirtió el propio Neil, con mucha ironía.
El grueso de la audiencia se congregó en los escenarios grandes, en torno a Basement Jaxx y Placebo. Los primeros montaron una fiesta multiétnica muy colorida pero de nulo calado musical; mientras que Placebo, a pesar de su falta de novedades, firmó la actuación estrella del BIME. Eternamente, Placebo.
SEGUNDA JORNADA: LA HONESTIDAD PUEDE A LA PETULANCIA
BILLY BRAGG / Foto: Musicsnapper |
La decepción de Mando Diao se tornó cabreo luego con The National. Porque esto sí que no nos lo esperábamos. Teníamos muchas expectativas con este concierto. La voz de Matt Berninger es una maravilla, pero el hombre se limitó a ronronear como si no tuviera a 10.000 personas delante. ¡Y su voz no se oía! Cantaba para el cuello de su elegante camisa. Eso sí, con una estudiadísima pose de tristeza, circunspecto y mirando al suelo, agarrándose al micro como si fuera su tabla de salvación. Lo habría sido si hubiera proyectado su preciosa voz, que quedó enmascarada por el ampuloso sonido de la banda. Sólo al final, dio algunos gritos (garganta tenía) y se dejó acariciar por el público, dándoles la mano como si fuera el Mesías. Qué insufrible desperdicio.
Toda ese postureo tan innecesario de Matt Berninger es el lado opuesto de la honestidad del bardo Billy Bragg, nada fashion, pero muy combativo, con unas canciones llenas de emoción y verdades como puños. Billy repartió estopa y tuvo para todos, criticando al sistema capitalista e incluso a la organización del BIME, por colocar un foso tan grande entre el escenario y nosotros, la audiencia. Y no le faltaba razón.
Siguiendo con los paralelismos, si Mando Diao fueron la cara hortera del BIME, La Roux, es decir, Eleanor Jackson, fue ejemplo de elegancia y glamour, en lo musical y en el look. Apoyada por una banda muy grande, demostró que el electropop en directo mueve tanta energía como la música rock. La gente se volvió loca con su party.
J.
J.
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